La anatomía de Riftia pachyptila resulta desconcertante. No posee boca, ni intestino, ni sistema digestivo alguno. En su lugar, en el interior del cuerpo alberga un órgano singular llamado trofosoma, una especie de cámara biológica que contiene miles de millones de bacterias quimiosintéticas. Estas bacterias son las verdaderas “fábricas” de alimento del gusano. Mientras que en la superficie de la Tierra la mayoría de los ecosistemas dependen de la fotosíntesis, es decir, del uso de la energía solar para generar materia orgánica, en las profundidades abisales no hay luz. Aquí, la energía proviene de reacciones químicas a partir de compuestos inorgánicos. Las bacterias simbiontes de Riftia oxidan el sulfuro de hidrógeno expulsado por las fumarolas volcánicas y utilizan esa energía para convertir el dióxido de carbono en compuestos orgánicos que alimentan tanto a ellas mismas como al gusano anfitrión. Es un sistema perfectamente cerrado: Riftia suministra los gases necesarios para la quimiosíntesis —transportados por su hemoglobina especializada— y las bacterias, a cambio, le proporcionan alimento. De hecho, todo el metabolismo del gusano está diseñado para mantener a sus simbiontes en equilibrio. Una de las claves de esta alianza está en la sangre de Riftia. Su hemoglobina es extraordinaria: puede transportar oxígeno y sulfuro de hidrógeno al mismo tiempo, algo que sería letal en otros organismos. Esta capacidad única permite que el gusano alimente a sus bacterias con ambos ingredientes esenciales de la quimiosíntesis sin intoxicarse en el proceso. El penacho rojo que ondea en la corriente es, en realidad, un órgano respiratorio extremadamente eficiente. Su color proviene de esa hemoglobina especial, que actúa como un mediador bioquímico entre el ambiente hostil y la comunidad simbiótica que mantiene vivo al gusano.
El descubrimiento de R. pachyptila en 1977, durante una expedición a la dorsal del Pacífico oriental, supuso una revolución en la biología. Hasta entonces, se creía que toda la vida del planeta dependía, directa o indirectamente, de la energía del sol. Sin embargo, las colonias de Riftia, mejillones, cangrejos y otros invertebrados halladas alrededor de las chimeneas hidrotermales demostraron que existían ecosistemas completamente autónomos, basados en la quimiosíntesis en lugar de la fotosíntesis.
Las fumarolas, o “black smokers”, expulsan agua sobrecalentada cargada de minerales y compuestos sulfurosos. Aunque las temperaturas pueden superar los 300 °C, las aguas circundantes del abismo están cerca del punto de congelación. En esa frontera entre el calor y el frío, la vida ha encontrado un nicho. R. pachyptila es una pieza central de ese delicado equilibrio ecológico: proporciona estructura física a las colonias y sustento químico a un sinfín de otros organismos.
El gusano de tubo gigante es mucho más que una curiosidad biológica. Representa una nueva forma de entender la vida. Nos enseña que los organismos pueden prosperar en condiciones que antes considerábamos incompatibles con la biología: ausencia de luz, presiones abrumadoras, concentraciones tóxicas de sulfuro. Por ello, R. pachyptila ha inspirado incluso a los astrobiólogos que buscan vida en otros mundos. Si en la Tierra existen criaturas capaces de vivir del calor interno del planeta, quizá en lugares como Europa (una luna de Júpiter) o Encélado (satélite de Saturno), donde hay océanos bajo el hielo y actividad hidrotermal, podrían encontrarse formas de vida similares.
En el fondo, R. pachyptila nos recuerda que la vida no depende de un único camino. Allí donde existen fuentes de energía y moléculas básicas, la evolución encuentra formas ingeniosas de persistir. Este gusano sin boca ni ojos, oculto en las tinieblas del océano, es una metáfora viva de la adaptabilidad y la diversidad de la naturaleza.