📘 David Hume y la idea de causalidad

Retrato de David Hume

David Hume (1711–1776) fue uno de los grandes pensadores del siglo XVIII y una figura central de la Ilustración escocesa. Filósofo, historiador y ensayista, Hume destacó por su afán de aplicar el método empírico —tan exitoso en las ciencias naturales— al estudio de la mente humana. Su obra más influyente, Tratado de la naturaleza humana, publicada cuando apenas tenía veintiséis años, pasó inadvertida en su tiempo, pero con los años se convirtió en uno de los pilares de la filosofía moderna. En ella, Hume plantea una pregunta tan sencilla como perturbadora: ¿cómo sabemos que una cosa causa otra?

Representación del pensamiento empírico de Hume

Según Hume, todo conocimiento deriva de la experiencia. La mente humana no posee ideas innatas; lo único que encontramos en nosotros son impresiones e ideas. Las impresiones son percepciones vívidas e inmediatas —como ver el color rojo o sentir calor—, mientras que las ideas son copias atenuadas de esas impresiones. Este punto de partida empírico tiene consecuencias profundas: si todo conocimiento proviene de la experiencia, entonces nuestras nociones más básicas deben poder rastrearse hasta ella.

Cuando observamos dos hechos que solemos relacionar causalmente —por ejemplo, una bola de billar que golpea a otra, o una chispa que enciende una llama—, lo que realmente percibimos es que un evento precede a otro y que ambos están cercanos en el espacio y el tiempo. Sin embargo, Hume señala que en ningún momento percibimos una fuerza oculta que conecte la causa con el efecto. No vemos la “necesidad” con que el primero produce el segundo; simplemente vemos una sucesión constante de fenómenos.

¿Por qué, entonces, creemos que hay una conexión necesaria entre ellos? Hume responde que esta creencia no surge de la razón, sino del hábito o costumbre. Tras observar repetidamente que ciertos eventos siguen a otros —el fuego quema, el sol sale cada mañana, el agua apaga la sed—, nuestra mente se acostumbra a asociarlos y, por inercia psicológica, espera que la relación se repita. La causalidad, en consecuencia, no es una relación objetiva que descubramos en el mundo, sino una construcción mental que proyectamos sobre la experiencia para orientarnos en ella.

Esta conclusión tiene un alcance enorme. Si la idea de causalidad no se basa en una conexión necesaria observable, sino en un hábito de pensamiento, entonces las leyes de la naturaleza no son verdades necesarias, sino generalizaciones empíricas fundadas en la costumbre. La ciencia, en lugar de ofrecernos certezas absolutas, nos proporciona creencias razonables, sustentadas en la experiencia pasada pero siempre abiertas a revisión.

Con su teoría de la causalidad, Hume no destruye la ciencia, pero sí le quita el ropaje de certeza que la filosofía tradicional le había otorgado. Nos enseña que el orden que vemos en el mundo no está escrito en las cosas mismas, sino en la mente que las observa. En última instancia, su lección es doble: la razón humana es limitada, pero también creadora; incapaz de descubrir la necesidad en la naturaleza, inventa el concepto de causa para poder vivir y pensar en un universo de probabilidades.

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