La pregunta sobre qué es Dios, o si Dios existe, ha acompañado al pensamiento humano desde sus albores. En las primeras concepciones religiosas y filosóficas, Dios —o lo divino— se entendía como un ente supremo separado del mundo, trascendente, creador y juez. Esta visión “teísta” es común en las religiones monoteístas clásicas como el judaísmo, el cristianismo y el islam: Dios es distinto a la creación, la trasciende y la gobierna. El universo sería, bajo esa óptica, una obra externa a Él, como la obra es al artista. Sin embargo, no todas las tradiciones han coincidido con esa separación radical entre lo divino y el mundo. En contraste, ha existido una corriente que identifica lo divino con el propio cosmos, con la naturaleza y con el ser en su unidad: esa corriente es el panteísmo.
El término “panteísmo” proviene del griego pan (todo) y theos (dios), y literalmente significa “todo es Dios” o “Dios es todo”. El panteísmo no concibe lo divino como un ser personal y separado, sino como la totalidad misma del universo. Esta identificación de Dios con la realidad implica un rechazo a la concepción antropomórfica y personalista de la divinidad, y abre una vía de espiritualidad que sacraliza la naturaleza y la experiencia directa con el cosmos. Ha influido en tradiciones orientales, en la filosofía griega, en corrientes místicas medievales y en la modernidad filosófica de pensadores como Giordano Bruno, Spinoza o Schelling.
Las primeras manifestaciones panteístas pueden rastrearse en las religiones antiguas. En el hinduismo, el concepto de Brahman —el principio absoluto que constituye la esencia de todo— expresa una forma de panteísmo. De modo similar, el Tao del taoísmo chino representa la totalidad armónica del universo, sin distinción entre lo divino y lo natural. Estas tradiciones muestran que el panteísmo no es una invención moderna, sino una forma de espiritualidad muy antigua que ha acompañado tanto a Oriente como a Occidente.
En la filosofía griega, Heráclito identificaba el Logos como la razón universal que ordena el cosmos. Los estoicos concebían el universo como un ser viviente animado por una razón divina inmanente, el pneuma. El neoplatonismo de Plotino también ofreció una visión cercana al panteísmo al describir cómo todo emana del Uno, principio absoluto y supremo presente en todas las cosas.
Durante la Edad Media, corrientes místicas como las de Maestro Eckhart o los sufíes islámicos expresaron ideas afines al panteísmo, afirmando la unidad esencial entre Dios y el alma o la realidad. Estas visiones fueron reprimidas por las ortodoxias religiosas, pero revelaban un impulso espiritual hacia la unión entre lo divino y lo mundano.
El Renacimiento europeo reavivó estas ideas. Giordano Bruno defendió un universo infinito en el que Dios se identificaba con la naturaleza entera, visión que le costó la vida en 1600. Poco después, Baruch Spinoza desarrolló la formulación filosófica más influyente del panteísmo en su Ética, donde identificó a Dios con la sustancia única del universo: Deus sive Natura (“Dios o la Naturaleza”). Para Spinoza, todo lo existente es expresión de una única realidad infinita y necesaria.
En los siglos XVIII y XIX, el panteísmo inspiró a pensadores románticos como Schelling y Goethe, y más tarde a Einstein, cuya “religión cósmica” evocaba la reverencia ante el orden racional del universo. El panteísmo se convirtió así en una alternativa espiritual al teísmo dogmático y al materialismo mecanicista.
En conclusión, el panteísmo es mucho más que una curiosidad histórica: constituye una de las formas más persistentes y profundas de pensar lo divino. Desde las Upanishads hasta Spinoza, desde el Tao hasta el romanticismo, esta intuición nos recuerda que tal vez lo sagrado no está en un más allá lejano, sino en la realidad misma que nos rodea. Frente a la concepción de Dios como un ente separado, el panteísmo propone una espiritualidad de la inmanencia: lo divino en cada ser, en cada átomo, en cada gesto de la existencia.